Globalización, tecnología y diversidad ¿pavimentación
de la cultura?
“Los hombres trabajan juntos. Entran a
miles en las fábricas y oficinas, y llegan en coches particulares, en
trenes subterráneos, en autobuses, en tranvías; trabajan juntos a un ritmo
que señalan los expertos, con métodos que formulan los expertos, ni con
demasiada rapidez, ni con demasiada lentitud, pero juntos: cada uno forma
parte del todo. Por la tarde la corriente fluye en sentido inverso: todos
leen los mismos periódicos, escuchan la radio, ven películas, las mismas
para los que están en la cumbre que para los que están en el primer
peldaño de la escala, para el inteligente que para el estúpido, para el
educado que para el ineducado. Producen, consumen, gozan juntos, acordes,
sin suscitar problemas. Ese es el ritmo de su vida”1.
Este diagnóstico, que Fromm realizara de la sociedad
“contemporánea” hace medio siglo teniendo como telón de fondo la sociedad
norteamericana, no parece muy lejano de las realidades que cada vez más
observamos cotidianamente en las urbes de nuestras naciones
latinoamericanas.
Cuando releemos el análisis de Marcuse
sobre la ideología de la sociedad “industrial avanzada”, que destaca como
uno de sus rasgos centrales a la unidimensionalidad en tanto reducción del
individuo a engranaje y represión de lo lúdico, de lo crítico y de lo
erótico en favor de lo instrumental, nos dice que “quizás la más clara
evidencia pueda obtenerse mirando simplemente la televisión o escuchando
la radio durante una hora consecutiva un par de días sin apagarlos durante
los comerciales y cambiando de vez en cuando de estación”2,
podemos encontrar mucha correspondencia con los actuales contextos
socioculturales de nuestros países.
Hoy estamos ante un referente inevitable
para ponderar y comprender los fenómenos sociales que en todos los planos
vivimos: la globalización3.
La referencia obedece no a una elección teórica, sino a la presencia
indiscutible de acciones y consecuencias relacionadas con múltiples
aspectos en lo social y lo cotidiano.
Algunas voces auguran el triunfo del orden global en
todos los terrenos y en todos los rincones; en tenor de desaliento,
anuncian la pavimentación de la cultura por la avalancha de las industrias
culturales y la homogeneización de formas de vida, suponiendo que habrá de
penetrar todos los aspectos y resquicios de lo social y de lo cotidiano.
Para esos discursos apologistas de la globalización, la
añorada integración latinoamericana parece quedar atrás y haberse
concretado en la integración económica. En tales discursos destaca la
estrechez de miras con que se asoman al complejo ámbito de lo cultural y
las implicaciones que en él tiene la globalización.
En realidad, y por fortuna, las cosas no son así de
sencillas, la vida y la sociedad son mucho más ricas y complejas. La
globalización desata respuestas, implica rupturas, choques y genera
reconstrucciones de las formas de concebir, imaginar y actuar
(concepciones, afectividades, costumbres, imágenes, valores y prácticas
concretas). . Ahí se reivindica y expresa la diversidad de imaginarios
simbólicos de los muchos individuos y grupos sociales, sus particulares
identidades (por razones étnicas, de género, etarias, de clase social, de
raigambre local y regional, etc.) Y todo ello, además de trabajo,
política, organización social es cultura...culturas.
En la globalización se activan al mismo tiempo fuerzas
centrípetas que tienden a homogeneizar como fuerzas centrífugas que ponen
en acción energías sociales e imaginarios simbólicos (culturas)
localizados y hasta cierto punto omitidos por los discursos teóricos y
políticos predominantes hasta hace algunas décadas, pero latentes.
Sin embargo, las culturas, como expresiones auténticas y
no decorados plásticos mercantiles, no se preservan de forma automática o
por enclaustramiento en reductos sociales y geográficos. Como culturas
vivas han de construirse y reconstruirse en el marco de la globalización y
la tecnologización; aún más insertándose, no subsumiéndose, en una y
apropiándose de la otra, pues son procesos ya en curso a los que no es
posible dar la espalda y que encuentran en esta construcción y
reconstrucción de culturas la antítesis concreta de su supuesta
universalidad y dominio absoluto: el reino de la razón mercantil.
No debemos perder de vista que antes que
tratarse de un real parteaguas social, la globalización es una
prolongación de la lógica de la sociedad de mercado, del capital a nivel
mundial, donde ciertamente asistimos a un proceso de integración,
“diferenciado, desigual, pero de integración y en ese proceso las
identidades se afirman en contraposición a ese movimiento integrador.
..Pero esas identidades se discuten en el contexto de una matriz”4,
la de la Modernidad, la sociedad urbana, racional, industrializada.
En tal sentido, no hay inocencia en la acción de las
industrias culturales bajo la lógica del capital global, no debemos
minimizar sus efectos en la construcción de los imaginarios simbólicos de
individuos y sociedades. Con todo lo cierto que hay en las tesis sobre
“recepción activa” respecto a los medios masivos y sus mensajes,
indiscutiblemente contribuyen en gran medida a la configuración de los
esquemas culturales contemporáneos.
A medios como la televisión, el cine, la radio a través
de los que han venido actuando las industrias culturales desde hace
tiempo, hoy se suman las nuevas tecnologías de información (computación,
multimedia y redes telemáticas). Estos nuevos medios tienen múltiples
aplicaciones son tan vastas, al punto de que es difícil hoy pensar las más
diversas actividades, individuales y colectivas, sin su concurso: las
transacciones económicas en las bolsas de valores y en el cajero
automático, la producción de bienes y servicios, el control del tráfico
citadino, y mil y un aspectos más del acontecer de todos los días.
Por su creciente presencia en actividades cotidianas, en
la vida social, por las características con que presentan sus contenidos
(integración de lenguajes escrito, gráfico, sonoro, imagen, ensamblaje de
movimientos veloces en sucesiones de segundos), por velocidad en la
comunicación y su capacidad para almacenar y transportar información, no
hay duda que inciden también en la re-configuración de las culturas e
identidades.
Como vemos, la identidad no puede referirse a una
identidad esencial, que antecede y subyace al sujeto y a los grupos
sociales, sino al sentido de mismidad, de pertenencia y diferenciación que
se construye y recrea permanentemente en el marco de los procesos de
cambio. La pregunta por la identidad latinoamericana implica interrogarse
sobre qué se cimienta, ¿sobre un pasado prehispánico común a la vez que
heterogéneo, sobre una amarga experiencia colonial compartida, sobre las
embestidas imperialistas experimentadas?
Se requiere concebir a la identidad “por
relación a un otro con el que nos parecemos o nos diferenciamos… hablar de
reconocimiento y de pertenencia a un universo simbólico por el cual nos
reconocemos y somos conocidos…de una relación social, esto es de aquello
que establece el vínculo y el reconocimiento con el otro pero también de
aquello que nos diferencia de él. En este sentido, toda identidad es
construida históricamente y por lo tanto puede transformarse, sin que ello
signifique que los pueblos hacen una selección definitiva de los rasgos
distintivos que prefieren para darse una identidad, como si fuera un acto
consciente o una decisión consensual y voluntaria”5.
Hoy más que nunca, la preocupación por la identidad debe
desprenderse de sus referencias geográficas, lingüísticas y étnicas, pues
ni una ni otra son suficientes para dar fundamento y contenido al sentido
de diferenciación y mismidad que es la identidad.
Hoy que la globalización desencadena grandes oleadas
migratorias de trabajadores de región a región y de un país a otro, que se
crean nuevos empleos y profesiones, que se generan masas de desempleados y
desarraigados, que se da paso a una mayor circulación de información,
ideas y valores, y que se experimentan cambios en hábitos y formas de
consumo, la pregunta por identidad, más si latinoamericana, no puede ser
sino plural (identidades) y estar relacionada estrechamente con la
historia, pero la historia como proceso vivo lleno de desafíos y
posibilidades a futuro, no simple registro del pasado.
Más que aspirar a una identidad latinoamericana que
diluya las diferencias realmente existentes y hasta necesarias como parte
de la riqueza de nuestras sociedades (diferencias de clase, diferencias de
género y muchas más), debemos interrogarnos por los contextos y
circunstancias actuales, a nivel nacional, regional y local donde se
construyen las muchas diferencias e identidades dentro de América Latina y
en “diálogo” con la globalización.
Las identidades, entonces, no como algo
dado ni como algo perdido, sino como proyectos que reconozcan y trabajen
con la heterogeneidad de actores, con la apropiación de tecnologías y que
encuentra en lo cultural uno de sus bastiones y uno de sus remates. Las
identidades como la contrapartida de las tendencias globales
homogeneizadoras que por pujantes que sean no son absolutas y dan paso
también a lo fragmentario, pues “lo fragmentario es un rasgo estructural
de los procesos globalizadores ... la globalización es tanto un conjunto
de procesos de homogeneización como de fraccionamiento del mundo, que
reordenan las diferencias y las desigualdades sin suprimirlas”6.
Identidades que no dejen, en ningún momento, de asumir
historias compartidas y diferenciales, sin complacerse en la coincidencia
pretérita o buscar sustento en la negación (lo que no hemos sido, lo que
no nos dejaron ser o lo que tuvimos que ser), sino que construyéndose
sobre las especificidades y diferencias en situaciones concretas, como son
las de los tiempos presentes, sienten las bases para proyecciones a
futuro.
La virtualización educativa
La educación formal es una de las principales agencias
culturales, sea en su función conservadora y domesticadora, que sin duda
tiene, o en el sentido emancipador y formador que recorre las propuestas
pedagógicas humanistas y se ha concretado en proyectos específicos.
Como parte de la “desterritorialización” y del
“descentramiento” con que los especialistas de comunicación y cultura
aluden a la pérdida de localización clara de las fuentes del poder y la
cultura, la escuela comienza a dejar de ser el espacio privilegiado y
plenamente identificado de la educación formal, y las instituciones
estatales sus principales centros de decisión.
No obstante, la educación en sus diferentes modalidades,
presencial o a distancia, escolar o virtual, sigue teniendo un papel
crucial en la formación de profesionistas y trabajadores, pero también de
individuos y ciudadanos, que en calidad de sujetos son, finalmente,
quienes experimentan y expresan eso que es identidad. Formación que en
tiempos marcados por fuertes signos de disgregación y descomposición
social, adquiere aún mayor importancia como contrapartida necesaria.
El proyecto educativo se ha concentrado en
el esquema de la escuela tradicional que trata lo diverso, lo heterogéneo
como realidad indiferenciada. De ahí que como proyecto cultural, al
escuela antes que promotora de la creación y la identidad cultural se haya
convertido en instancia de normalización y homogeneización. “Una población
heterogénea desde el punto de vista cultural, histórico, lingüístico, con
necesidades y demandas diversas, con antecedentes distintos respecto de
los aprendizajes realizados en su medio social que la divide.
Heterogeneidad del sujeto de la educación y uniformidad del discurso
escolar se cruzan constituyendo rápidamente agrupamientos distinguidos por
el mayor o menor grado de identificación de los educandos con aquel
discurso”7.
Por otra parte, en contraste con la oferta de las
industrias culturales, especialmente atractivas para las nuevas
generaciones por el dinamismo en sus contenidos y formas de tratamiento,
la escuela pierde gradualmente su credibilidad y capacidad de incidencia
en la constitución de los imaginarios simbólicos de los grupos sociales.
¿Cuál es el papel, las posibilidades, las ventajas y
dificultades que se le plantean a la educación en este contexto? La
creación de proyectos de innovación educativa preocupados por incorporar a
los medios masivos de comunicación y nuevas tecnologías a la educación,
siendo la educación a distancia o educación virtual una de sus principales
formulaciones, es nota común en nuestras sociedades.
Esto es plausible, en principio, por la
expansión tecnológica que caracterizará a la sociedad, ante lo cual los
espacios educativos no deben quedar al margen, sino responder a ese
desafío juiciosa, activa y propositivamente, dejando atrás la idea de
educación como cúmulo de conocimientos y destrezas provistas de una vez
por todas por la escuela en las primeras etapas de la vida o, a lo sumo,
en la formación profesional. Se necesita diversificar la oferta educativa
con diferentes modelos y modalidades en relación al trabajo, a la
preparación científica y humanística, y a la vida social en todos los
aspectos (salud, arte, educación inicial, geriatría, alimentación, etc.),
lo cual empata con la creciente informatización de muchos procesos
económicos y sociales que acelera la obsolescencia de productos,
conocimientos, estructuras de las instituciones, entre ellas las de
educación8.
Incorporar nuevas tecnologías a la educación a través de
modalidades como educación a distancia o educación virtual es una
alternativa útil y valiosa siempre y cuando el centro de la atención se
localice en el sustantivo y no en la adjetivación, en la educación antes
que en la distancia. Esto nos lleva una vez más a la cuestión de los fines
educativos y los modelos pedagógicos como sustento de modalidades
operativas congruentes con la heterogeneidad de los sujetos.
Heterogeneidad que va más allá de grupos de edad y
niveles educativos, sino que refiere también aquellas diversidades que
están en la base de los resultados diferenciales de la educación actual,
como son, entre otras, las diferencias de género, socioeconómicas,
étnicas, laborales, demográficas.
Se hace necesario el impulso de proyectos educativos
heterogéneos en sus contenidos, en sus propósitos terminales y/o
propedéuticos, aunque coincidentes en sus fundamentos pedagógicos, y con
el aprovechamiento atinado, pertinente, de los nuevos recursos
tecnológicos, sin mistificaciones ni deslumbramientos y también sin
prejuicios.
La virtualización educativa se enmarca en las tendencias
globalizadoras del mercado y ante ellas debe tener capacidad de respuesta
con fundamento además de pedagógico, social y cultural. Es indispensable
no incurrir en la perspectiva según la cual los sujetos de aprendizaje son
simples consumidores de una mercancía necesaria para su inserción en el
mercado laboral bajo la lógica mercantil y utilitaria.
Trasladadas al universo de la educación, esas tendencias
buscan uniformar criterios curriculares, profesionales y de acreditación
destinados a universalizar la educación conforme a los requerimientos del
aparato económico global. En ciertas esferas del conocimiento y del
desempeño laboral esto puede ser necesario sin lugar a duda, pero también
comporta el riesgo de diseñar e instrumentar nuevas opciones educativas
bajo criterios eficientistas y de rentabilidad, que no de eficiencia y
calidad educativas.
Así como es necesario cuestionarnos cómo pueden nuestras
sociedades insertarse en los procesos globalizadores y de tecnologización,
en el terreno educativo es fundamental preguntarnos qué de la
virtualización resulta pertinente a nuestros contextos y necesidades, a
fin de recuperar y afirmar el sentido formativo en todos los planos,
consustancial a la educación y, al propio tiempo, tomar distancia de la
fetichización con que la ideología mercantil magnifica las ventajas de las
nuevas tecnologías.
Esto no significa, negar ni desechar los reales
potenciales de las nuevas tecnologías para apoyar los procesos educativos,
sino de aunar a ellos el conocimiento de nuestras realidades
latinoamericanas, en las que la diversidad está tan presente, para
fundamentar y diseñar políticas y proyectos educativo-culturales que
orienten la construcción de los latinoamericanos de las próximas décadas
con conocimientos y habilidades prácticas que les permitan hacer frente a
circunstancias altamente tecnológicas, pero también destrezas
intelectuales y cualidades éticas que le permitan ser más que simios
informatizados o alegres robots.
Los medios informáticos, al igual que todo tipo de medios
son simplemente eso: medios, herramientas. No aseguran por sí mismos
aquello tantas veces proclamado: la emancipación y el bienestar humanos.
Esta es una tarea que compromete no sólo al conocimiento
científico-tecnológico y a las destrezas técnicas, sino también, y por
encima de todo, a la racionalidad del ser humano en toda su extensión: su
pensamiento crítico, su juicio ético y su sensibilidad existencial.
Es indispensable que la innovación tecnológica se
acompañe de innovación pedagógica para lo cual es necesario incorporar los
cambios estrictamente técnicos en el marco de proyectos diseñados y
fundamentados desde el campo de conocimientos de la educación y con el
concurso de los actores de los procesos, especialmente los cuerpos
docentes.
Innovación tecnológica y pedagógica que no debe ser
exclusiva de la educación virtual o a distancia, tanto por razones
psicopedagógicas (el desarrollo psicoevolutivo, los procedimientos para la
enseñanza y aprendizaje concomitantes, el tipo de contenidos, las mayores
o menores posibilidades de virtualización en cuanto a conocimientos y
destrezas prácticas, etc.) como por razones contextuales (económicas,
técnicas y culturales relacionadas con el acceso y familiaridad con la
infraestructura informática).
Para contextualizar socioculturalmente la virtualización
educativa sin mitificarla como un modelo cerrado, acabado, monolítico y
aplicable a toda circunstancia y nivel educativo, resulta útil una
reflexión que invite a desmitificarla, por una parte, y a ponderar sus
ventajas y pertinencia por otra. La noción de “capital cultural” es clave
para ello, pues hace referencia al conjunto de saberes, costumbres,
actitudes y valores que manifiestos en el lenguaje e íntimamente
vinculados al pensamiento hacen posible toda situación educativa.
La educación formal vive una tensión entre una función
reproductora y un papel transformador. En cualquier caso, la educación no
es una esfera separada del contexto social, ajena a las coordenadas
sociales, económicas, políticas y culturales; su acción y su sentido se
entrelazan íntimamente con lo que la sociedad es y con lo que sus actores
proyectan ser.
Así, el capital cultural, construido fuera de los
espacios educativos formales, la escuela por antonomasia, es elemento
fundamental para el desempeño, mejor o peor, de los estudiantes en la
medida que se asemeja o diferencia a la cultura propia de esos espacios y
procesos educativos. Aquí radica una de las principales razones para
fundamentar conforme a criterios de factibilidad, viabilidad y pertinencia
pedagógicas los proyectos de educación a distancia o virtual.
Es decir, no en todos los casos, los estudiantes a
distancia, clientes se les llama en el lenguaje tecno-mercantil que
comienza a poblar el discurso educativo, cuentan con capital cultural
acorde a ese mundo de lo virtual para su actuación académica. Con ello
queda en entredicho el supuesto efecto democratizador de la educación a
distancia y se destaca el riesgo de convertirse en nuevo factor ideológico
que legitime y oculte las razones sociales y globales de nuevas formas de
desigualdad y exclusión.
En contraparte, si de
impulsar proyectos pedagógicos reales se trata, donde el compromiso sea
formar sujetos constructores de conocimientos y cultura, de aprendizajes
significativos, sabemos bien que un proyecto educativo debe articularse
con las preconcepciones del sujeto9,
preconcepciones que construye el sujeto pero no sólo ni principalmente en
la escuela, sino en mayor medida en los contextos familiares y cotidianos,
que son contextos sociales y culturales; “esos conocimientos son
construcciones personales de los alumnos, es decir, han sido elaborados de
modo más o menos espontáneo en su interacción cotidiana con el
mundo…muchos de ellos son previos a la instrucción”10.
Las transformaciones culturales en marcha ligadas a los
usos laborales y cotidianos de las nuevas tecnologías de información y
comunicación, inciden en el capital cultural de segmentos considerables de
la población, incorporando lenguajes y formas narrativas usualmente
extrañas a los procesos educativos tradicionales, anclados al lenguaje
escrito, al medio impreso bajo procedimientos transmisionistas de
información.
La educación virtual, al igual que la educación
presencial y cualquier otra forma de proceso educativo deliberado,
comporta una dimensión técnica pero es mucho más que técnica. Las
posibilidades de las nuevas tecnologías sólo serán activadas en las
propuestas de virtualización a condición de que se enmarquen en proyectos
pedagógicos caracterizados por promover la construcción del conocimiento,
lo que exige planes didácticos concretos apoyados en los soportes
tecnológicos que más allá del discurso promuevan el despliegue de la
reflexión, el análisis, la proposición y la ejecución como procesos para
la significatividad del aprendizaje.
Significatividad que no se refiere exclusiva ni
primordialmente al contenido por sí mismo, sino a las actividades de
aprendizaje planeadas a partir de la claridad de propósitos formativos en
todo momento y no sólo informativos, centrados no en la enseñanza y los
contenidos sino en la promoción del aprendizaje.
Por ello, sin dejar de insistir sobre la prudencia para
evitar que virtualización educativa sea sinónimo de homogeneización, cabe
apuntar consideraciones básicas comunes para su diseño pedagógico como son
la necesidad de atender a:
Propósitos. Estos deben ser congruentes con la
complejidad del aprendizaje, por lo que se requiere orientarlos en tres
sentidos: conceptual (dominio de contenidos temáticos), actitudinal
(valores y comportamientos) y práctico (desarrollo de habilidades
concretas).
Experiencias de aprendizaje. La experiencia de
aprendizaje resulta de la planeación y ejecución de actividades concretas
(manipulación de objetos, ejecución de procedimientos, representación
gráfica, plástica) y simbólicas (de reflexión, de pensamiento hipotético,
de construcción de argumentos, etc.) que conjugan pensamiento, lenguaje y
acción. No se trata, pues, sólo de saber, sino también saber hacer, de
saber-se y de saber ser.
El conocimiento como
construcción. Es indispensable que las experiencias de aprendizaje
transiten de lo reflexivo (la recuperación de la “experiencia de sí” y de
la propia subjetividad11)
a lo analítico (comprender factores de hechos y situaciones), a lo
propositivo (diseñar, planear rumbos de acción) y a lo aplicativo
(ejecución en situaciones específicas de lo propuesto donde se concreten
conceptos y habilidades)12.
Interacción pedagógica. Una
educación virtual cimentada en la construcción del conocimiento, debe
poseer un sentido efectivamente comunicacional en la medida que el
aprendizaje es también proceso social, debe ser entendida como relación
activa y expresiva de los sujetos (los objetos no actúan, lo sabemos, pero
solemos olvidarlo y muchas veces cosificamos las relaciones humanas)
utilizando para ellos los medios a su alcance, no sólo las nuevas
tecnologías. Comunicación que no se limita a la transmitir información
entre polos técnicos, sino al despliegue de habilidades comunicacionales
que implican observación, expresión, escucha, tolerancia, alteridad a
través de actividades de expresión y argumentación13
no sólo escrita, sino con el uso de diversos lenguajes, para lo cual
también las nuevas tecnologías son muy útiles.
Estas consideraciones devienen como
criterios generales comunes que se deben considerar en todo proyecto de
virtualización educativa que se reclame consistente en lo pedagógico, para
hacer del uso de nuevas tecnologías un potencial creativo y formativo,
evitando incurrir en deslumbramientos e inversiones cuantiosas sin solidez
educativa. Esto es parte importante del reto necesario para hacer de la
educación a distancia o virtual una alternativa pedagógica y no aquello
que Kaplún expresa con la metáfora del cajero automático, la terminal
electrónica a la que el estudiante acuda, teclee opciones de respuestas a
preguntas preelaboradas y obtenga a cambio el resultado de créditos que se
sumen a su cuenta en línea14.
Sin embargo, hay que insistir, las posibilidades técnicas
de las nuevas herramientas no garantizan por sí mismas la activación de su
potencial pedagógico y comunicacional, sin el juicio crítico en la toma de
decisiones, en el diseño de proyectos y en el desarrollo de programas bien
puede suceder que la innovación tecnológica sólo sea un costoso y
llamativo ropaje para viejas prácticas. En tal caso, el interés por la
incidencia de la educación en las identidades culturales derivará en
prácticas dislocadas, ajenas a circunstancias y procesos vivos, a la
construcción histórica de identidades.
Precisamente por encontrarnos en procesos
de descentramiento y globalización, el curso de las acciones en el terreno
educativo no compete, ahora menos que nunca, sólo a instancias
gubernamentales y tomadores de decisión investidos desde las altas
esferas. En educación participan múltiples actores individuales y
colectivos y al igual que con la formulación de políticas culturales “no
puede ser atribución exclusiva de los Estados, ni materia de negociación
excluyente entre Estado e iniciativa privada. Lo público no es sinónimo de
lo estatal. Las políticas culturales deben ser producto de una imaginativa
concertación social que, además de los Estados y la iniciativa privada
incluya a educadores, profesionales, trabajadores de la cultura y
movimientos sociales. Sólo desde esta diversidad y pluralidad arribaremos
al diseño de políticas democráticas que afiancen y expandan las libertades
de creación y expresión”15.